Por:
Anahi Alurralde Molina
El tema del que hoy he decidido hablar, es un tema controversial,
delicado, álgido y que incomoda, y claro que va a incomodar en tanto
atraviesa subjetividades y cotidianidades
de cada una de nosotras, las mujeres.
Voy a abordar el tema
del amor, el amor de pareja, el amor romántico como el justificativo y
reproductor de las violencias hacia las mujeres, y si bien en un principio del
escrito lo planteé solamente como violencia hacia las mujeres, me he leído y me
he corregido ya que es una secuencia de violencias las que se ejercen contra
las mujeres en nombre del amor.
Parto de la premisa de
que el amor no puede ser tomado como un sentimiento atemporal e inmutable, por
el contrario, es fruto de una construcción cultural, social e histórica.
Es común que cuando a
una mujer se le pregunta ¿Qué es el amor para ti? Inmediatamente su lenguaje
corporal cambia y en la mayoría de los casos, no llega a dar una respuesta
exacta porque la pregunta le rebasa las emociones. Esto
está relacionado con una reflexión que ha sido planteada por algunas
autoras, como Marcela Lagarde, cuando evidencia que no es raro, ni es inocuo
escuchar la pregunta ¿Para qué estamos las mujeres en este mundo? y la respuesta
más frecuente es “para amar”.
El amor ha sido un
significante vacío a lo largo de la historia porque se le ha asignado distintos
contenidos y sentidos, en tanto es una construcción histórica condicionada por
las épocas y las dinámicas sociales emergentes.
En este sentido, el
sistema patriarcal para reproducirse y perpetuarse ha creado una moral amorosa de la cual
emanan mandatos distintos para hombres y mujeres, es decir, para las
mujeres el amor es intrínseco de su identidad, por lo cual se convierte en la
experiencia que concreta su ser.
Los contenidos del amor
son aprendidos de muchas maneras a través de manifestaciones culturales
específicas de cada cultura y de cada grupo social, en tanto que cada mujer
realiza el amor dependiendo de sus condiciones de vida.
Dentro de una sociedad
donde el sistema construye a las mujeres en pos del ideal supremo de ser una buena mujer, digna esposa y abnegada
madre, cabe preguntarse, qué lugar ocupa el amor en nuestras vidas, en nuestra
cotidianidad, en la inversión de nuestro tiempo y nuestra energía.
Las mujeres son
educadas para ser altruistas ante cualquier situación, incluso si ésta va en
desmedro de ellas. Es por eso que en la mayoría de los casos, las relaciones afectivas de pareja resulten para las mujeres una anulación de su
individualidad seguida de la sutil sujeción que anula su autonomía.
Así el amor de pareja se ha convertido en un
mecanismo cultural para controlar a las mujeres, porque en nombre de éste la
humillación, la anulación y todos los tipos de violencias son socialmente
aceptados como naturales.
Amar
por elección y no por necesidad
En Bolivia los índices
de violencia contra las mujeres demuestran que el espacio donde ésta se ejerce en sus diversas
manifestaciones es en el de las
relaciones afectivas de pareja.
El 70% de los casos de
violencia extrema contra la mujer, es decir los feminicidios son de tipo
íntimo, lo que se demuestra que la construcción de las relaciones íntimas afectivas
está en desventaja para las mujeres porque legitima y solapa las violencias
contra ellas. Los hombres que un día juraron amarlas fueron los que les
arrebataron la vida. Y campantes afirman: La
maté porque era mía.
Entonces, esto entra en
dialogo directo con lo mencionado anteriormente, y es preciso preguntarnos
¿cómo estamos amando las mujeres? ¿Nos han enseñado acaso que amar sea una
renuncia total a nosotras en términos de
autonomía y de amor propio?
Y aún caben más
preguntas ¿Cuál es ese modelo de amor
que nos ofrecen y que nos venden las industrias culturales dentro del sistema capitalista? La respuesta que me atrevo a dar es que este
modelo de amor que se vende y con el que colapsan a nuestras subjetividades,
está lleno de mitos que impiden que se construyan relaciones basadas en la
libertad antes que en la necesidad.
Respecto a estos mitos
Carlos Yela identifica algunos que configuran nuestras estructuras sentimentales:
-Mito de la media
naranja- Mito de la perdurabilidad- Mito del matrimonio o convivencia- Mito de
la omnipotencia- Mito del libre albedrío-Mito del emparejamiento.
Sin embargo sólo me voy
a concentrar en uno de ellos: El de la exclusividad
Mito de la exclusividad:
Creencia de que el amor romántico sólo puede sentirse por una única persona. Este mito es muy potente y tiene que ver con
la propiedad privada y el egoísmo humano que siente como propiedades a las
personas y sus cuerpos. Y de hecho, este es un mito que sustenta a otro: el de
la monogamia como estado ideal de las personas en la sociedad.
Todos estos mitos
hechos mandatos son asumidos y naturalizados POR LAS MUJERES, y esto se puede entender en
base a lo que Alejandra Kollantai denominó la doble moral sexual, que entiende
que los hombres tienen derecho a disfrutar de su sexualidad y las mujeres no,
porque supuestamente las necesidades sexuales de éstas no son tan fuertes o
porque se considera que ellas no deben disponer de su propia sexualidad.
Esta doble moral
entiende y sustenta que el adulterio masculino sea naturalizado y más
perdonable, pero a la inversa es
imposible, a una mujer no se le perdona la infidelidad, al contrario a ella se la condena ferozmente y más cruento aún,
pero real es escuchar a los feminicidas declarar: La maté porque sentía celos, me quería dejar.
Y para hacer apología
de estas dinámicas, ciertos productos culturales se convierten en aliados, por
eso tenemos a un Joaquín Sabina, que en sus canciones románticas aparentemente
inofensivas idealizan un tipo de relación
sentimental que alberga un fondo peligrosamente
posesivo. (Ejemplo: El estribillo de Contigo)
Y
morirme contigo si te matas
Y
matarme contigo si te mueres
Porque
el amor cuando no muere mata
Porque
amores que matan nunca mueren.
(Canción que canté durante
años, antes de escucharla y analizarla con una perspectiva profundamente
feminista)
El
amor construye no te destruye
En base a Foucault,
Largarde afirma que el cuerpo y la
sexualidad de las mujeres son un campo político definido, disciplinado para la producción y para la reproducción,
ambos campos construidos como disposiciones sentidas, necesidades femeninas
irrenunciables. El cuerpo de las mujeres es un cuerpo sujeto, y ellas
encuentran fundamento a su sometimiento en sus cuerpos, sin conocer que su
cuerpo y su sexualidad son el núcleo de sus poderes.
Entonces, puedo afirmar
que uno de los objetivos fundamentales de la dominación patriarcal fue el
control y la represión de nuestro sentir corporal y nuestra sexualidad, lo
primero que nos han expropiado son nuestros cuerpos y es por eso que en nuestra
cultura las mujeres que han disfrutado de su cuerpo y su sexualidad han sido
siempre estigmatizadas socialmente como malas mujeres, mujeres de vida alegre,
putas o hasta ninfomas y su figura
opuesta o su alter ego son las buenas
mujeres y santas madres.
¿Entonces que se hace
ante esto, Anahi?; me pregunto con insistencia. Y lo primero que elucubro es
que para para decir Ni una menos, hay
que deconstruir el imaginario del amor.
Aclaro, no estoy en
contra del amor, al contrario, hoy estoy enamorada, disfrutando de mis sentires
y construyendo lazos, lo que cuestiono es la forma en la que nos ha
enseñado a amar, mientras sigamos pensando que el amor significa renuncia de
una misma y entrega sin límite al otro, vamos a seguir reproduciendo círculos
viciosos de dependencia y desde luego de violencias.
Estoy convencida que
hablar, reflexionar y cuestionar sobre
este tema, permitirá tomar conciencia de
que, es en y desde las emociones donde se debe librar la verdadera
batalla contra el patriarcado, porque lo
que hay que liberar es lo primero
que se nos expropió, el cuerpo y por tanto también liberar las emociones y los
sentimientos de las estructuras rígidas y jerárquicas, porque otras formas de
amar si son posibles.