domingo, 24 de abril de 2022

 

DOS DÍAS EN EL PAÍS DE LAS MUJERES

 

Foto tomada de la web: https://www.psicologiaintegraluruguay.com/2013/07/circulo-de-mujeres-sobre-maternidad.html

 Por: Anahi Alurralde Molina*

Gracias a Gioconda Belli ando soñando con el país de las mujeres donde todas militaríamos en el  Partido de Izquierda Erótica.

Ese sueño me visita noche a noche y me deja ansiosa por las mañanas porque no logro recordar bien los rostros y los diálogos. Por eso lo decidí, no esperaré a que anochezca, hoy voy a soñar despierta.

¡Soñemos con el país de las mujeres!

Imagino calles iluminadas y libres de fétidos olores.

Imagino las calles transitadas por las noches libres de riesgos y miedo.

Hago una pausa y dejo de pensar en las calles.

Empiezo a preguntarme ¿Qué mujeres ya tendrían residencia oficial en ese país?  ¿Y yo cómo la obtendría? No, no quiero racionalizar nada, sólo quiero soñar.

Primer día…

Empiezo a recorrer las calles de la primera ciudad que visito.

Encuentro a Mary Wollstroncraf en una plaza con mujeres más jóvenes contándoles sobre sus escritos y sus críticas al matrimonio.  

Avanzó un poco más y veo a Olimpia Gouges relatando la pesadilla que tuvo con un tal Robespiere, decía “En el sueño yo le enviaba un carta y él me mandaba a la guillotina”.

Voy a buscar algo de comer y en el restaurante, encuentro a Flora Tristán junto a mujeres obreras, logro escuchar que les cuenta sobre su padre peruano y su madre francesa y lo que se siente ser una paria.

Salgo de ahí en busca de un periódico, me dicen que el único periódico se llama “La Rosa Roja” compro uno, lo leo y encuentro a Rosa Luxembrugo como la editora y columnista principal. Su pluma es clarísima, vierte serias críticas a los países vecinos  sobre la acumulación del capital.

En el periódico me entero que habrá una Asamblea en la plaza principal, me dirijo a ella. Ahí está Clara Zetkin, anunciando la Internacional Socialista de mujeres rumbo al 8 de Marzo.

Veo a muchas universitarias que finalizada la Asamblea se retiran a la Universidad, decido acompañarlas, me cuentan que van de prisa porque tienen clase de filosofía existencialista con la docente más rigurosa.

Llegamos al aula y ahí está Simone de Beavouir, con el cabello recogido formado en un moño delicado, la mirada dura y la voz contundente. Me quedo en la clase y me deleito escuchando su exposición sobre el segundo capítulo del Segundo Sexo. En medio de la clase hace una pausa para hablar de literatura, se sienta en el escritorio y nos dice “Escriban su propia historia, por dos razones, primero para entenderse y trascender, segundo para que no venga nadie a contarla por ustedes”

Termina la clase y cae la tarde, las estudiantes me invitan a la cafetería de la Universidad, ahí encuentro a Virginia Woolf hablando sobre como habita su cuarto propio y sus alucinaciones con la hermana de Shakespeare.

Por la noche paseo tranquila por el bulevar “La libertad”, veo a jóvenes y niñas jugando por las calles, otras mujeres pasan con cerveza o café caliente para apaciguar el viento.

Después de preguntar por varias opciones, elijo buscar el hotel que la mayoría me aconsejó. Las dueñas son una pareja que más que hotel, fundaron un refugio para las mujeres que llegan de otros países. Llego al hotel y me encuentro con Kate Millet y Shopie Keir, ellas son las dueñas.

Me reciben con chocolate caliente y mientras me registro me cuentan sobre su relación, me informan que su forma de entender las relaciones entre mujeres se refleja en las políticas del hotel/refugio. Kate se retira primero, me cuenta que está escribiendo “Viajes al manicomio” y que en las noches es donde encuentra más inspiración.

En mi segundo día en el país de las mujeres durante el desayuno, Kate me recomienda visitar otra ciudad, me dice que está a unas pocas horas, que es casi un deber visitarla porque es una tierra guerrera; me dice, y yo me emociono.

Segundo día…

Embarco el tren, me arropo más porque el frío empieza a penetrar, horas más tarde diviso unas montañas dando la bienvenida.

Arribo en una terminal llamada “Alto de Rodillas” voy caminando y me encuentro con un gran construcción que tiene un cartel “Comité popular”, decido entrar y veo de lejos a Bartolina Sisa impartiendo formación política y sindical a varia otras mujeres.

En medio del curso ella les cuenta “Otra vez recibí carta internacional de ese tal TUPAC, no entiende que no me interesa” todas se sonríen y dicen en coro “Claro, muy feo es para vos” se escuchan muchas risas y la clase continua.

Sigo recorriendo el Comité y en la parte de atrás hay un salón ancho y frío,  están Gregoria Apaza y Juana Azurduy discutiendo acaloradamente por el nombre que le pondrán a ese nuevo ambiente.

Gregoria pedía que se llame “Ayo, Ayo”, Juana abogaba por “Chuquisaca”. Las interrumpo para preguntar ¿Disculpen, y cuál sería el uso del salón? , me responden que será un salón para dar clases de historia.

Caigo en cuenta de la disyuntiva y decido despedirme. Ambas al mismo tiempo me dicen “Adios, Waway”.

Salgo del Comité Popular y tomo un taxi en busca de un hotel para dejar mis cosas, la conductora me recomienda “La casa azul” porque es un lugar para comer, leer, beber y además hospedarse. Con esa descripción no me resisto y nos dirigimos ahí.

Llego y me recibe Frida Khalo, la dueña y anfitriona de la Casa Azul, lo hace con un abrazo y un tequila.

Su mirada me intimida y me enternece a la vez, está vestida con una larga falda negra con rosas rojas bordadas, con un huipil rojo sangre que brilla y combina con las rosas blancas y rojas que lleva en la cabeza.

El recorrido hasta la habitación resulta una aventura porque tengo de acompañantes a muchos perros y monos, no alcanzo a acariciar a todos, los monos se enojan y se van.

A la hora de la comida, veo una larga mesa con muchas mujeres, está Manuela Saenz, Tina Modotti, Adela Zamudio, Yolanda Bedregal, Violeta Parra; y en la cabecera de la mesa está Frida.

Hace un brindis por las que llegaron expresando “En esta casa si llegan con penas en el corazón, las ahogamos con tequila” ¡Salud!

Mientras comemos, Manuelita Saenz cuenta sobre un tal Bolívar que vendrá a verla, Adela Zamudio les cuenta sobre el epílogo de su novela Íntimas.

Violeta Parra intenta relatar un desamor, no puede, no le salen las palabras, le pedimos que cante para mitigar su dolor, empieza  cantar  Maldigo,  fue ahí donde comprendimos cuánto estaba sufriendo

Para bajar la tensión Tina Modotti  nos empieza a tomar fotos a todas, retrata la comida y la bebida.

Durante el postre Yolanda Bedregal le pide consejos a Frida sobre el Comité de Literatura Infantil que quiere formar, como a Frida le gustan las niñas, le da algunas sugerencias.

Termina la comida y todas nos retiramos con el compromiso de vernos a las siete de la noche porque habrá una velada especial.

Por la tarde aprovecho para pasear por el centro, pregunto por el periódico de la ciudad y me dicen que circulan dos: “Soledad y desolación” y “Las letras de los deseos”.

Compro los dos, Soledad y desolación lo dirige Marcela Lagarde, el contenido está enfocado al amor, como columnista encuentro a Coral Herrera que escribe sobre las mujeres que ya no sufren por amor. En la parte final anuncian que hoy Marcela Lagarde estará en el Círculo de mujeres en la plaza universitaria. Según el reloj tengo 20 minutos para llegar.

Emprendo el camino mientras hojeo Las letras de los deseos, en él la directora es María Galindo y las columnistas principales son Rita Segato y Silvia Federeci. El contenido es muy creativo, es diverso y construido por  diferentes mujeres, encuentras arte no canónico, fotografía, política, comida, artesanía, etc. En la parte final hay una sección curiosa de sátira y parodia de personajes públicos.

Llego a la plaza universitaria y ahí están Marcela Lagarde y Domitila Barrios, ambas van a dirigir el taller de hoy. Hay muchas mujeres, adolescentes,  jóvenes, adultas y también ancianas. Me cuentan que todas son escuchadas, esa es la razón por la que asisten al Círculo de mujeres que se lleva a cabo cada dos semanas.

Empieza Domitila hablando sobre el miedo como principal enemigo, surgen muchas preguntas, Domitila responde con calma a cada una de las compañeras, sobre todo a las ancianas que con arrugas en las manos y canas en los cabellos cuentan que ellas sintieron miedo toda su vida y que antes de morir quieren soltarlo.

Después de todas las intervenciones, empieza Marcela ligando el tema del miedo con la soledad, les pregunta ¿Cuántas de ustedes le tienen miedo a la soledad? Y casi todas levantan la mano.

Y así va transcurriendo una sesión de conversa y escucha muy poderosa.

Veo mi reloj, son las 6 de la tarde debo volver a la Casa Azul. Me acerco a Marcela y Domitila y les digo: ¡Que buen equipo forman, la sabiduría de ambas es un arma poderosa”!

Llego a la Caza Azul y en la sala principal recién llegada está María Monjas, una poeta que llega con el firme objetivo de hablar de las mujeres de la casa azul porque piensa que nadie hablará de ellas.

Le aviso de la velada que anunciaron, quedamos en vernos a las siete empunto en el patio, nuestra empatía es inmediata.

Finalmente estamos todas en el patio y Frida presenta a las nuevas anfitrionas que desde hoy dirigirán con ella la Casa Azul.

Angeles Mastretta y Marcela Serrano, así se llaman las nuevas compañeras, Frida cuenta que las eligió porque ambas gozan de una intuición prolija para entender y sentir las emociones de las mujeres.

Mastretta nos saluda a todas con una sonrisa exclamando con fuerza “Que la Casa Azul sea nuestro refugio físico y emocional, para eso he venido, para crear momentos e historias”

Serrano con un semblante empático nos mira a todas y nos dice contundentemente:

 “Sólo las mujeres salvan a las mujeres” ¡Salvemos entre todas y de nosotras mismas! ¡Qué viva la Casa Azul!

Se escucha el grito unísono ¡Que viva!

Frida emocionada aplaude haciendo sonar sus anillos y anuncia:

“Ahora que comience la fiesta”

En eso llega Chavela Vargas, empieza con Macorina, pasa por Sandunga, le pedimos la Llorona y termina con Paloma negra y es ahí, en ese momento donde me desbordo de alegría y lloro, lloro mucho porque sé que es mi última noche en este país.

Para mí despedida todas hacen un ritual de acuerpamiento, cada una prende una vela y me la entregan con un deseo, estoy rodeada del fuego de las velas que es el fuego de ellas y sus ancestras.

El despertar…

Así imaginé y soñé mi visita por el país de las mujeres, fue corta porque sólo visité dos ciudades.

Amé imaginarlas y quiero seguir soñando despierta, con más ciudades de ese país con otras mujeres maravillosas. Cuando lo vuelva a hacer, prometo volver a contar el sueño.

 

 

*Escritora, Feminista y Politóloga

 

LAS GRACIAS QUE LES DEBO A TODAS LAS MUJERES DE MI VIDA

Ensayo publicado en "Cronistas Latinoamericanos" Foto: Cronistas Latinoamericanos

 Por: Anahi Alurralde Molina*

Nací un 10 de octubre a las 10:00am, mi madre me parió con amor, dolor y muchos sueños.

Años más tarde, he muerto y he vuelto a nacer, me he parido a mí misma 2 veces más con miedos, angustias y algunas esperanzas.

Ustedes ¿Cuántas veces han vuelto nacer? ¿Cuántas veces la vida las obligó a parirse a sí mismas? Porque no nacemos sólo el día que nos alumbran, sino las veces que nos rompemos y volvemos a empezar, las veces que nos lamemos las heridas para sanar, las veces que aceptamos ser lo abyecto, lo diferente, lo rechazado y aun así elegimos existir, las veces que desde nuestros dolores resistimos y re existimos.

Ahora pregúntense  ¿Quiénes han estado a su lado sosteniendo esos nuevos inicios? Seguro varios rostros vuelven a ustedes y la mayoría de mujeres. La que llaman mamá, abuela o cualquiera de las mujeres de su familia que las maternaron o quizás esa amiga de infancia, esa amiga de adolescencia,  esa amiga de Universidad, esa compañera de trabajo, esa primera jefa que tuvieron, o quizá piensan en esa amiga que se fue, pero vive en su memoria.

Yo me planteé esa pregunta y me respondí: Las dos veces que yo volví a nacer las que acompañaron ese parto fueron mujeres y con esa respuesta nació este tejido de ideas y sentires que están a punto de leer.

Este ensayo empezó como un escrito de mí hacia mí como un ejercicio autobiográfico que al tejerlo se reveló como un común denominador en la vida de las mujeres y quise publicarlo.

En todo ensayo se presenta una idea para defenderla ¿Cuál es la idea? Afirmar que las mujeres sostienen la vida de las mujeres ¿Cómo la argumentaré? Relatando las etapas de mi vida, que también son las de todas e identificaré en cada una el papel que jugaron las mujeres develando la deuda perenne de darles las gracias a todas ellas que transitaron mi vida para afirmar que darnos las gracias entre mujeres es un acto político de amor y resistencia.

Advierto que quizá no cumpla con los estándares precisos de un ensayo; confieso que no me preocupa. Mientras mis lectoras encuentren en este escrito un poquito de su vida, habrá cumplido su objetivo.  

A todas las que cobijaron mi niñez

La infancia idílica tan romantizada y tan menospreciada a la vez es la etapa donde descubrimos el mundo, nuestro núcleo duro es la familia que nos prepara para salir al mundo exterior, algunas salen con firmeza, otras con temor, están aquellas que no tuvieron ese núcleo y salieron solas. Para algunas es un descubrir tranquilo, casi imperceptible, para otras es apasionado y hay aquellas que se enfrentan ya a los dolores tempranos.

Por eso aquí agradezco a mi madre por haberme revestido de su amor, haberme enseñado de amor propio y haberme dotado de una vitalidad fogosa para salir a ese mundo exterior. Agradezco a las mujeres que me maternaron, las de mi familia y las que sin tener lazos sanguíneos me dieron seguridad con ternura y paciencia.

Lo hicieron sin hacerme saber de mi diferencia, quizá porque sospechaban que el mundo que me esperaba me lo haría saber. Y así fue.

Agradezco a todas las niñas con las que palpamos el mundo, a las primeras que me llamaron amiga, a las que no les importó que sea diferente y más bien con su mirada me protegieron, me agarraron de la mano para correr y fundamos nuestros primeros afectos.

Todas guardamos una niña que por algún motivo fue rechazada, fue excluida, fue ninguneada, fue lastimada o ignorada. Conservamos una niña asustada, una niña a la que le quebraron una de las alitas, pero todas recordamos al menos a otra niña que la reparó, nos sonrió y nos sostuvo.

A todas ellas, les doy gracias.

A todas ellas les debemos un ¡GRACIAS!

A todas las que acompañaron mi adolescencia

Todas llegamos a esta etapa como sobrevivientes de la niñez, sobrevivimos el desencuentro de nuestros mundillos, sobrevivimos a la maldad de los niños y niñas, a los primeros discursos de restricción, a los primeros encasillamientos por ser mujeres.

Llegamos a este punto con algunas herramientas para seguir descubriendo y sintiendo el mundo, pero esas no bastan, porque es en esta etapa bisagra donde ya no somos niñas, ni tampoco jóvenes donde construir nuestra identidad es asumir que eres diferente, que no encajas, que hay algo mal en vos. En este ciclo nos enseñan a conjugar el maldito verbo “Adaptar”; yo me adapto, tú te adaptas, él se adapta, ella se adapta, nosotros nos adaptamos, etc., etc. Ahí es donde trituran nuestra singularidad y son muy pocas las que salen ilesas de esa trituración.

Por eso agradezco a todas las mujeres a las que en esa etapa de hallazgos, donde conocí el rechazo, la inseguridad, la culpa, el miedo; me escoltaron no desde lo racional, sino desde la emoción de las cosas, la emoción de sentir que puedes proteger a alguien y tejer complicidad.

A todas las que acompañaron esa primera vez que nos enfrentamos a nosotras mismas, a las que entendieron los cambios hormonales y nos consolamos juntas, a todas las que defendieron férreamente lo que pensábamos, así hayamos estado equivocadas, a todas a las que les contamos de nuestro primer amor y se emocionaron con nosotras, a todas a las que confesamos nuestros primeros secretos y cumplieron el pacto de silencio.

Todas fuimos esas adolescentes a las que a través de discursos sociales normativos nos quisieron adaptadas antes que auténticas, todas fuimos adolescentes que no entendimos la evolución en nuestro cuerpo, las mutaciones en nuestra psiquis y todas tuvimos a esa amiga que nos aceptó genuinas y que cuidó con toda la ternura que le fue posible que los cambios sean transiciones llevaderas y compartidas.

A todas ellas, les doy las gracias

A todas ellas, les debemos un ¡GRACIAS!

A todas  las que escoltaron mis primeros pasos de juventud

Terminamos el bachillerato con una reserva preciada de esas amigas; cuasi hermanas de las que necesitamos recargarnos en su espalda para mirar el mundo que nos mira y nos espera.

Yo tuve una reserva maravillosa de mujeres que aprendí a amar con el alma.

A todas ellas les agradezco por la incondicionalidad y la paciencia porque llegué a esa etapa con muchas heridas y con cicatrices; éstas, metafóricamente hablando son una parte natural del proceso de sanación. Sin embargo, no todas las personas tienen la misma cicatrización, y no todas las lesiones curan de la misma manera y menos cuando las cicatrices son del alma. Y yo tuve muchas cicatrices queloides.

A todas ellas que en esta etapa acompañaron mi muerte y mi nuevo alumbramiento, gracias por abrigarme, por ser mi refugio, por ser más que hermanas; por ser mis guardianas.

Todas tenemos la bendición de llegar a esa etapa por lo menos con una guardiana incondicional que nos cuida, que nos ayuda a dar el salto a esa fase nueva donde tomas decisiones malas, donde te aceleras, donde dudas de ti, donde las tensiones familiares te quiebran, donde te encuentras un mal amor que te deja rota.

Todas tenemos la dicha de que más mujeres llegan a nuestra vida en esta etapa, unas que desde lo simple y lo fugaz alumbran con sus sonrisas, otras que desde su dureza son el cable a tierra, son horizonte. Algunas se van pronto, otras se quedan por un tiempo y otras pasan a formar parte de esa reserva preciada que ya guardamos, otras se convierten en la reserva misma.

A todas ellas les agradezco por su paso en mi vida, por todo lo que aprendimos juntas, por sus huellas de amor, por sus lecciones, por encender mis pasiones, por apagar incendios de la mente y el corazón, por acompañar las decisiones definitivas, por impulsar los sueños, por aguardar mis pausas.

Todas tenemos en la memoria a esa amiga que transitó con nosotras esta etapa donde según el frio discurso social te “formas profesionalmente”, según yo es donde celebramos nuestras contradicciones y empezamos a definir qué vamos a hacer para cambiar lo que somos.

A todas ellas les doy gracias,

A todas ellas les debemos un ¡GRACIAS!

A todas las copilotas de los cambios

Cuando una siente o te obligan a sentir que ya eres adulta es donde empiezan los virajes, los caminos se separan, las bifurcaciones son irremediables.

En este trance algunas  mujeres de mi vida se fueron, otras se alejaron, varias se quedaron y otras llegaron.

Es en esta etapa donde los primeros puntos de inflexión suceden ¿Y qué es un punto de inflexión?  Yo lo entiendo como decisiones  fundamentales que suponen la antesala de cambios valiosos y muchos desafíos.

Yo tuve  un punto de inflexión de consecuencias maravillosas, una de ellas: que más mujeres se sumen a mi preciada reserva, mujeres de otras tierras, otras culturas, otros pensares y fue descomunal.

Hubo una transformación, no de esas donde dejas todo el pasado y no vuelves a ser la misma, no, no, yo me transformé desde mis cicatrices, a ellas las re-signifiqué con todas las herramientas acumuladas y de ser dolor pasaron a ser mi talismán de fuerza. Esto implicó cambios de pensar, de sentir, de actuar. Significó un nuevo alumbramiento con adopción de posturas, negación de creencias, abandono de desapegos y más, mucho más.

En esta etapa son fundamentales las mujeres que nos conocen desde siempre porque nos acogen para recordarnos de dónde venimos, y para silbarnos las asignaturas pendientes. Ellas, con total parsimonia se sientan a escuchar como rumiamos nuestras dudas, heridas y desamores.

En este ciclo son importantes las maestras que llegan a enseñarnos lecciones desde la experiencia, unas en la academia, otras en el trabajo, otras en la militancia, otras en los oficios diarios, otras en las terapias, y están las que llegan en el lugar menos calculado y no se van nunca.

Todas hemos tenido mujeres diversas que llegan en este punto donde ardemos la vida y ellas nos ayudan a sostener los sueños, a ir a los orígenes de las heridas y cerrar ciclos, a caminar sin prisas, pero sin pausas.

Todas tuvimos  a esas mujeres que nos han ayudado a perdonarnos, porque esta puede ser una etapa de errores, los fugaces y los profundos, los que se pueden revertir y los irremediables, estas mujeres están ahí para aplacar la ira con nosotras mismas; nos ayudan  a hacer pública nuestra culpa privada para transformarla en vergüenza y ésa es una emoción bastante más tratable. Nos hablan con dureza, pero sin perder la ternura y así nos ayudan a sanar.

A todas las mujeres que eligieron quedarse pese a los cambios, les agradezco la empatía, a todas las que se fueron les agradezco porque dejaron afectos y sabiduría en mi corazón.

A  todas ellas les doy gracias.

A todas ellas les debemos un ¡GRACIAS!

A todas las que dejaron herencias infinitas y las que llegaron como viento fresco

Ahora estoy en la tercera década de mi vida y siento que soy la suma de todas las mujeres que han transitado por mí en estos años.

Todas han dejado algo de ellas en mí. De todas han quedado bellas huellas.

Están las que creyeron en mí, en lo académico, en lo laboral, en lo humano. Si hoy yo creo en mí, en mi potencial, se los debo a ellas.

Están las que me han empapado de diversas formas de amor manifestado de diferentes maneras. Si hoy hablo de mí con amor, se los debo a ellas.

Están las que me enseñaron de autocuidado como el primer eslabón para luchar. Si hoy procuro cuidarme se los debo a ellas.

Y están las mujeres que llegaron recién, ellas me enseñan que llega un punto en el que eres tú la que se convierte en maestra y  puedes transmitir un poquito de tu experiencia a las que hoy desde su fresca juventud están ávidas de vivir.

Todas llegamos a la tercera década de nuestra vida con un núcleo duro de amistad y hermandad, llegamos con una reserva de mujeres que son nuestra reserva emocional de sostén porque volvemos a ellas como se vuelve al agua limpia.

A las que se permanecen desde la infancia, a las que llegaron en la adolescencia y se quedaron, a las  que se anclaron en la juventud, a las que arribaron después de los 30.

A todas ellas GRACIAS.

A las que se quedaron en el camino porque tomamos senderos diferentes, a las que se apartaron porque dejamos de vibrar en la misma sintonía, a las que alejé yo con mis complejidades, a las que se adelantaron y ya no están en la dimensión terrenal.

A todas ellas GRACIAS.

¿Por qué dar las GRACIAS desde la escritura?

Porque me niego a olvidar.

Porque alguna vez leí que para abolir el anonadamiento y el olvido no queda sino un recurso: el sortilegio de la literatura, por eso encomendé esta misión casi sagrada a las letras.

Es una misión que nació de mi hacia mí, pero sentí el deseo de hacerla colectiva porque en mi historia encuentro comunes con las de otras mujeres, no de todas, por supuesto, no ambiciono a tanto.

Es una misión de reivindicación porque mi columna vertebral son mis memorias y en todas ellas están las mujeres que acompañaron mis caminos y quiero que quede remembranza de esto, porque creo que las mujeres se abrazan la vida completamente y casi nadie nunca lo cuenta.

Quise contar mi historia hablando en plural.

Este escrito apuesta a la amistad entre mujeres como una cura posible, deseo que trascienda y  luche contra el tiempo, contra el olvido, incluso contra la muerte, para atesorar el recuerdo de la que fui, de la que fuiste, y de todas las que fueron con nosotras.

 

 

 *Escritora, Feminista y Politóloga