domingo, 24 de abril de 2022

 

ELLA, EL ESPEJO Y SU CUERPO SOBREVIVIENTE 



Artículo publicado en "Cronistas Latinoamericanos". Foto: Tomada de la web: https://es.dreamstime.com/bella-ilustraci%C3%B3n-de-amor-propio-suave-autoamor-muchacha-abrazando-con-su-reflejo-en-el-espejo-y-un-lindo-gato-gris-cerca-image210257917

 Por: Anahi Alurralde Molina*

Está parada frente a él. Cierra los ojos y mueve la cabeza para no recordar. No puede evitarlo, recuerda que hace 13 años ella cubría el espejo para no verse, lo hacía con periódicos viejos. No quería verse, huía, tenía que huir.

Ella hoy tiene 30 años y está feliz con la mujer en la que se ha convertido.

Ha cumplido sueños, ha alcanzado metas, ha cometido errores, ha tenido aciertos, ha llorado con intensidad y ha reído desde lo más profundo de su alma.

Sin embargo, cuando está parada frente al espejo; su eterno nido de miedos éste le habla con la misma indolencia de hace 13 años, su cuerpo sobreviviente siempre está ahí intentando rescatarla.

¿Cuándo empezó esta historia entre ella, el espejo y su cuerpo?

Ella tenía 11 años estaba en proceso de crecimiento, su cuerpo estaba cambiando, pero empezó a sentir que ese cuerpo cambiante dejaba de pertenecerle porque todos empezaron a opinar sobre él:

“Estás creciendo con un cuerpo regordete”

“Tus piernas son muy gruesitas para tu edad”

“¡Ay! mira tus brazos son gorditos”

“Eres de huesos grandes, tienes que sacar cintura”

“Las mujercitas robustas como tú no les gustan a los chicos”

-      Ella se preguntaba: ¿Por qué todos hablan así de mi cuerpo? ¿Entonces sólo soy un cuerpo grueso?  ¿Entonces, estoy  mal?

-      Su cuerpo replicaba: Si soy grueso, pero nunca te fallé, sólo me enfermé una vez cuando tenías 7 años.

-      El espejo hacia su soberbia aparición: Tu cuerpo no está bien, pero vos puedes cambiarlo. ¡Deja de comer!

-      Ella escuchaba a ambos, pero la voz del cuerpo era muy suavecita, se perdía ante el imponente tono del espejo.

Y así conoció el maldito significado de la palabra dieta.

Dejó de cenar, dejó de comer en el recreo y hasta dejó la marraqueta que tanto amaba untar con leche condensada. Empezó a sentir por primera vez frustración porque había dejado de comer todo lo que le gustaba, pero cuando volvía al espejo sentía que nada había cambiado.

-      Ella le decía a su cuerpo: ¿Por qué no cambias? ¡No te quiero grueso! Quiero que seas como el cuerpo de mis amigas, delgado, sin curvas. Mientras gritaba eso golpeaba con fuerza sus caderas renegando de ellas.

-      El cuerpo respondía: Pero estoy en fase de crecimiento, he menstruado recién por eso mis caderas se ensancharon y los senos crecieron. No me lastimes.

-      El espejo intervenía: No has dejado de comer lo suficiente por eso tus piernas siguen gruesas. ¡Tú tienes la culpa!

-      Ella se decía a sí misma: Entonces yo soy la del problema. No estoy haciendo lo suficiente para ser delgada.

Así fueron pasando los años, entre dietas intermitentes, la del yogurt, la de las frutas y muchas más para adelgazar en tiempo récord.

Cumplió 15 años, su peso y su volumen habían variado muy poco, ella había dejado las dietas estrictas, pero siempre se acercaba con cautela al espejo, temía escucharlo.

Poco tiempo después una tía irrumpió su psiquis otra vez contando de su exitosa pérdida de 20 kilos con un nuevo tratamiento que llegó a la ciudad.

Rodeada de comentarios constantes sobre kilos, centímetros, calorías y comida sana, ella se sintió seducida y lo decidió.

Como regalo de cumpleaños le pidió a mamá que la deje probar ese tratamiento. La mamá aceptó, ahí iniciaba un tormento que marcó su vida para siempre.

-      Ella le decía a su cuerpo: Ahora si vas a cambiar. Ese tratamiento hará que seas más delgado.  Al fin tus piernas serán delgadas y yo seré feliz.

-      El cuerpo respondía: Bueno si eso te hará feliz, cumpliré el tratamiento para ser delgado como tú quieres y lograr que me aceptes.

-      El espejo interrumpía: Eres muy gruesa, te costará.

-      Ella molesta le decía: Lo voy a lograr, ya verás que sí.

Y lo logró, en 5 meses perdió 10 kilos.

El tratamiento funcionó, le costó perder momentos con sus amigas porque ya no quería salir a comer, aprendió a decir mentiras y fue perdiendo su alegría, pero funcionó.

-      Ella le decía a su cuerpo: Lo logramos. Ahora te ves mejor y me siento contenta porque ya no tienes tanta grasa.

-      El cuerpo respondía: Si. Me costó mucho, pero si tu éstas feliz yo también lo estoy. No te quiero fallar. ¿Ya terminamos el tratamiento?

-      El espejo irrumpía: ¡No! No puedes dejar el tratamiento porque todavía te ves gruesa. No estás como tus amigas. Puedes ser más delgada.

-      Ella temerosa respondía: Pero ya terminó el tratamiento.

-      El espejo gritaba: ¡No! Aún te falta. Tus piernas aún se ven gruesas. Necesitas hacer ejercicio.

Ella continuó con el tratamiento y empezó a pasar largas horas en el gimnasio. 

Tiempo después pesaba 35 kilos midiendo 1.60 cm.

Sus piernas estaban delgadísimas, casi con el mismo ancho de sus brazos, sus pómulos sobresalían, su piel estaba amarilla, el pelo empezó a caer y había dejado de menstruar.

Se volvió una estudiante meticulosa, estricta con sus horarios de estudio, ejercicio y comida. Algunas amigas se alejaron, quedaron pocas que no la juzgaban, pero sentían que algo no estaba bien.

Había dejado de sonreír, la energía sólo le alcanzaba para estudiar y hacer ejercicio.

En la familia no identificaban el problema, tenían una hija delgada, buena estudiante y encima disciplinada con el ejercicio ¿Qué podía estar mal?

 Su alma estaba mal, porque a la par que perdió amigas ganó miedos.

Miedo a la comida, miedo a la gente, miedo a salir a cualquier lugar porque podrían ofrecerle algo de comer, miedo a no volver a menstruar, miedo a volver a engordar, miedo a verse en el espejo y escuchar su rechazo.

Después de un corto tiempo la familia tomó conciencia de que ella no era la misma, que cargaba tristeza y soledad.

Decidieron pedir ayuda, primero con el psicólogo del colegio, después con una terapeuta particular que fue torpe y le hizo sentir culpable de lo que le estaba pasando, se asustó, no volvió más.

Cumplió 17 en medio de incertidumbre y temor porque ahora su familia, sus amigas y profesores estaban pendientes de ella, la presionaban para comer y para que no pase tantas horas en el gimnasio.

-      Ella frente al espejo decía: Estoy delgada, no puedo parar. Si dejo de hacer ejercicio no quemaré las calorías de todo lo que como.

-      El espejo irónico respondía: No dejes el ejercicio, así delgada todos te admiran. Estás flaca, eres buena estudiante y tienes el control de todo.

-      El cuerpo debilitado intervenía: Estoy muy cansado. ¿Puedes rebajar las horas de ejercicio?

-      Ella le contestaba: ¡No! El ejercicio no puedo dejarlo porque ahora me controlan y me obligan a comer más.

-      El cuerpo sin fuerzas sólo guardaba silencio y se alistaba para las 5 horas de ejercicio diario.

Entre idas y venidas encontró una psicóloga con la que sintió confianza, empezó a comer más, bajó las horas de gimnasio de 5 a 3 y poco a poco volvió a sonreír con sus amigas que regresaron a su lado para cuidarla.

Sin embargo, poco duró esa etapa de intermitente calma porque los miedos no se fueron y volver al espejo era un martirio:  

-      El espejo indolente decía: Estás volviendo a engordar. Ingieres más calorías y no las quemas. Volverás a ser la gruesita de la familia.

-      Ella llorosa respondía: Pero con las cosas que he vuelto a comer me siento con más fuerza y ya no estoy tan sola.

-      El cuerpo enfadado intervenía: ¡Ya no lo escuches, por favor ya no lo hagas!

-      El espejo incisivo continuaba: Si quieres comer, come, pero para no engordar tienes que tomar laxantes, te harán eliminar lo que comas.

Y así comenzó otra etapa de tortura.

Dejó de tener el registro de lo que comía y empezó a tomar laxantes. Después de los atracones de comida venían las lágrimas de culpa, la ansiedad por eliminar todo lo que comió y las pastillas correspondientes. Empezó con una, subieron a 3, después a 5, a 8, a 10. Fue perdiendo  el control de todo.

El día más crítico llegó a tomar 30 laxantes, pasó una madrugada revolcada de dolor en el baño porque sentía que el estómago se le salía. Volvió a su cuarto de rodillas porque no podía mantenerse en pie.

-      El cuerpo le reclamó: ¿Por qué me haces esto? Yo no te he fallado, pese a todo lo que aguanté no me enfermé, he seguido firme. Ahora siento mucho dolor y debilidad.

-      El espejo interrumpía: Volviste a engordar por eso debes eliminar todo lo que comes. Estás llena de grasa otra vez.

-      Ella les respondía a los dos: No tengo fuerzas para hablar con ustedes. Ahora no.

Entre la deshidratación, el dolor estomacal y las lágrimas derramadas amaneció destruida, inventó un resfriado, no fue al colegio, lloró todo el día, ya no encontraba sentido a nada.

Empezaba la profunda depresión.

Subió muchos kilos, dejó el gimnasio y empezó a sentir enojo con ella misma. Empezó a huir del espejo porque éste le restregaba que había fracasado.

-          Ella le decía a su cuerpo: Volviste a menstruar, pero también volviste a engordar, ¿por qué me has fallado?

-          El espejo arrogante irrumpía: Tú fracasaste. Llegaste a tener las piernas delgadas y lo arruinaste por hacer caso a esa psicóloga, por volver a comer con tus amigas, por dejar el gimnasio. ¡Sólo tú tienes la culpa!

-          El cuerpo contundente intervenía: Sólo he recuperado el peso que estaba en déficit. Pesaba 18 kilos menos de mi peso normal.

-          Ella enojada le respondía: No te quiero así, no me gustas. ¡No quiero verte! No quiero verlos a ninguno de los dos.

 

Su cuerpo le daba asco y el espejo le daba miedo.

Así intentó huir de ambos, empezó a recolectar periódicos para cubrir el espejo y dejar de escucharlo, sólo dejó un pequeño espacio para ver una parte de su rostro.

Pasó el tiempo, el colegio terminó, empezó la Universidad. Con la poca pasión que le quedaba logró entrar a la carrera que eligió, pero el enojo y la culpa no se iban. Sentía enojo con ella por haber subido de peso, sentía culpa porque no podía remediarlo. Cuando no podía huir del espejo lloraba profundamente y entraba en periodos largos de aislamiento.

El apoyo de sus amigas fue fundamental para sostenerla, pero no fue suficiente. Tuvo que ir a un psiquiatra porque la depresión avanzó.  La tristeza y la culpa se habían diseminado en el cuerpo, el cerebro y en el alma.

Fueron dos años de tratamiento. Vivió entre antidepresivos, ansiolíticos, terapias semanales, después mensuales y poco a poco empezó a luchar para reanudar su vida.

La empatía de la familia y el amor de sus amigas fueron vitales para volver a sonreír. El tiempo fue transcurriendo, los miedos más poderosos se desvanecieron, pero no murieron. Ha logrado vivir sin culpa y sin enojo, sin embargo a veces siente una incómoda compañía, hay  espectros que le rondan, le susurran y hasta la tocan.

Llegaron los 30 años, ella está consciente de que aunque superó una depresión severa, recuperó su salud y volvió a soñar las secuelas de toda la tortura vivida están ahí, en su memoria y en su piel.

Volver al espejo siempre es un reto. Lo hace con mucho cuidado, pero ya no porque le tenga miedo a él, sino porque ahora procura una reconciliación permanente con su cuerpo.

 

-      Ella le dice a su cuerpo: Gracias y perdón,  gracias por haber sobrevivido y perdón por todo lo que te hice.

-      El espejo arremete: Todo lo que hiciste fue por él, para que sea un cuerpo delgado y tú seas feliz.

-      Ella contundente le responde: Tú me enseñaste que la felicidad la iba a encontrar siendo delgada, pero me tomó años entender que soy más que un cuerpo, soy mente, soy alma, soy lo que doy, soy lo que recibo.

-      El espejo soberbio continúa: Pero siempre serás cuerpo.

-      Ella lo ignora y se dirige a su cuerpo: Quiero hablarte a ti. Hoy soy consciente de todo lo que tengo que agradecerte. Gracias a tu fuerza sigo aquí.  

-      El cuerpo responde: Los dos sobrevivimos y aún lo hacemos, tú sobrevives al discurso de odio del espejo y yo sobrevivo a tus miedos cuando vuelven a asechar.

-      Ella conmovida le dice: Quiero ser tu amiga siempre.

-      El cuerpo respira hondo y responde: Te lo recordaré siempre. ¡Somos amigos¡

En este cuento se pueden encontrar muchas, tal vez tú que lo leíste hasta el final, quizá la que lo dejó a la mitad porque se estremeció y sobre todo estoy yo, que lo pude contar porque sobreviví. 

 

*Escritora, Feminista y Politóloga 

No hay comentarios:

Publicar un comentario