miércoles, 15 de marzo de 2017

MAMÁ:YO ABORTÉ Y NO SOY UNA ASESINA








Por: Anahi Alurralde Molina

Hoy al volver de la Universidad escuché susurros en la calle, en las tiendas, en los autos y en el barrio.

¡Asesinas¡ es la palabra que resalta entre tanto cuchicheo, como si pronunciarla les produciría algo de placer.
¿A quién habrán matado? ¿Por qué lo habrán hecho?  ¿Cuándo habrá sucedido? Esas y más preguntas me hice en silencio.

Cuando finalmente llegué a casa y vi los noticias entendí que una de esas “asesinas “era yo.
Si mamá, según toda esa gente, la iglesia y los médicos yo también sería una de ellas.

Y ante esta coyuntura que acontece,  hoy decido escribirte esta carta para contarte una historia de una etapa de mi vida.

El primer año de Universidad justo después de cumplir 19 cuando empezaba a aprender que no hay caminos trazados sino que al andar se hace el camino, ese año conocí a Emilio, te acuerdas de él, verdad?

Fue ese amor intenso e intermitente de  juventud, sin embargo nunca nos alejamos de la realidad.  
Entre tanto amor, tanta ternura, tanta pasión y osadía, un día decidimos amarnos también con el cuerpo, esto después de hablar mucho sobre los sentires sin olvidar lo racional.

Y ambos consensuamos ser responsables. Nos cuidamos, Mamá. Te prometo que lo hicimos.

Sin embargo, lo inesperado pasó. El condón se había roto y se quedó dentro de mí.
Ambos nos quedamos perplejos y sólo resolvimos abrazarnos fuerte y tiritar juntos.
Y si, ya sé, lo que debes estar pensando. ¿Ante eso, no hicieron nada?   

Claro que hicimos algo,  al día siguiente compramos la pastilla del día después. La tomé lo más temprano posible y me percaté de comprarla en una farmacia confiable.

Emilio y yo no volvimos nunca más a las habituales tardes de estudio, besos y comilona. No ya no, eso ya no era posible porque ahora todas nuestras tardes estaban cubiertas de ansiedad.

Nunca pensé que esperaría con tanta ansia y desesperación que llegarán esos días rojos, como le acostumbro llamar, recuerdas? Muchas veces nos reímos juntas por esa expresión.
La espera fue en vano porque nunca llegaron. A las 4 semanas Emilio y yo fuimos a un laboratorio de  pruebas de embarazo. A los 15 minutos, la enferma me anunciaba: Mijita, usted está embarazada.

Al salir de ahí llovía, era un jueves gris, corría el mes de febrero y el  cielo estaba  tan pesado como la noticia que yo acababa de recibir.

Sabes,  pensé en ti, sentí miedo, dudas y entre tanto sentir resolví  no contarte nada. ¿Cómo anunciarte algo así? No, definitivamente no lo haría, no por vergüenza o cobardía sino porque  sabía que me correspondía a mi resolver esto.

Y ahí fue que lo decidí. Yo no quería ser madre.
Después de algunos días de peregrinaje, dudas, desasosiegos y de noches sin dormir, finalmente el día llegó.

Fue un sábado por la mañana del 2012, hoy después de tantos años recién me animo a hablarlo contigo porque el escribirte sé que es una forma de hablarte y de que me escuches.

Te conozco, sé que te preguntarás ¿Por qué me lo cuenta ahora?
Lo hago porque ante tanta lapidación contra las mujeres que en algún momento hemos tomado esta decisión, hoy quiero hablar, quiero contar mi historia y que sirva de algo. Sin embargo, no es fácil, la sociedad en su conjunto no te lo permite porque hay de por medio una barrera cargada de odio, prejuicios y falsas morales. Por eso, quise primero escribirte a ti y al hacerlo revestirme de valentía, esa misma que aprendí de ti.

Porque para hacer lo que hice, tuve que ser valiente, Mamá.
Valiente para reconocer que no quería ser madre.
Valiente porque sabía que la decisión que tomé podía costarme la vida.
Valiente porque contra todo augurio moralista o católico, jamás me sentí culpable, ni al decidirlo, ni al hacerlo.

Sabes? Entre tanto cuchicheo que escuché hoy, además de asesinas usaban otro sinfín de adjetivos  uno más petulante que el otro. Y yo me pregunto, ¿toda esa gente sabrán las horas de silencio que tuve que pasar para tomar esa decisión tan sabia?

Y si Mamá, digo sabia porque la pensé, la analicé una y mil veces y como tú me enseñaste que el auto cuidado es el primer  acto de amor propio, eso hice, me cuide y tomé partido por mi vida. Y no me arrepiento.

No maté nadie, salvé mis sueños y hoy sigo luchando por ellos.
No fui egoísta con nadie, supe decirme sí a mí misma.
No cargo en la conciencia la culpa de nada, sólo llevo conmigo mis alegrías y mis aciertos.

Todo esto lo afirmo con firmeza y tranquilidad, porque no siento ninguna deuda conmigo, y quizá la única asignatura pendiente en este tema era contártelo a ti. Y hoy ya la estoy resolviendo.

Sé que han pasado muchos años, sin embargo estoy segura que esta catarsis era necesaria contigo, porque quiero que lo sepas y que consideres por ti misma si yo o cualquier mujer que decide por su vida merecen ir a la cárcel y ser sometidas a tan bajo y burdo juicio social.

Y ahora mi despido, sé que cuando termines de leer esta carta, esta noche iras lentamente a mi cuarto y tendremos una larga y profunda charla y  tal vez lloremos, no de pena ni de arrepentimiento, para nada, sino quizá de la conmoción de recordar juntas esos 27 de mayo donde  yo  preguntaba: ¿Mamá que te gustaría por el día de la Madre? Y tú muy firme me decías: que tú puedas elegir libremente serlo o no. Al final si elegí libremente, Mami.
Y sé que haberlo hecho no me hace una asesina. No mate a nadie, me salvé a mí misma y no me lamento.

Tu hija.

(Todas las hijas que hasta hoy no se animan a hablar y decir, yo también lo hice y no me arrepiento)













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