domingo, 5 de marzo de 2017

Renata sí aborto, ahora es Licenciada



Por: Anahi Alurralde Molina

Era lunes, el primero del mes de junio y mientras tú y yo  aún dormíamos, Renata estuvo en la trastienda de una angustia absorbente y con los ojos ardidos a causa del insomnio, estaba decidida, no podía pasar ni un día más. Ella es una joven de 22 años, de estatura mediana, piel blanca, ojos grandes y negros, casi tan negros como la angustia que la embargaba. 
Renata recibirá su título en menos de 2 semanas, es decir, su colación está cerca, será oficialmente Licenciada. Y mientras tu oías el despertador y le dabas 5 minutos más a tu alarma, ella estaba en la Ceja del Alto, acababa de entrar a una especie de cuarto que olía a náusea, donde se ve a lo lejos unas payasas de paja en el suelo y cerca de ellas unas pinzas con aspecto de no haber sido lavadas hace tiempo. Empieza una conversación, con frases simples y secas con la Doña que trabaja ahí, la que hace los abortos. El aspecto de ésta no sólo generaba incertidumbre sino también  miedo.

Renata, sabe que lo que quiere hacer es prohibido, está consciente de que puede ir a la cárcel, pero lo que domina sus enredados pensamientos es saber que no cuenta con mucho dinero y que el tiempo la apremia. Pasaron 10 minutos y el olor nauseabundo  del ambiente empieza a  incomodarla y toma una  decisión; marcharse inmediatamente de aquél lugar.

Al salir de ahí, Renata hace un recuento de su vida,  los recuerdos llegan a ella como fotos instantáneas  que desfilan por su cabeza. Esos primeros años de Universidad donde todo era perfecto y su única responsabilidad era estudiar, algo que nunca significó un sacrificio para ella porque le gustaba lo que hacía. Muchas anécdotas invaden su mente, todas ellas, fueron estableciendo su carácter, no todo fue sencillo, enfrentó obstáculos y tropiezos que la marcaron, 

Y mientras todo esto circulaba por su mente, ella perdía la noción del tiempo, olvidando que ya se acerca el medio día y que debe visitar el otro lugar que le han recomendado, porque sin duda, el sitio del que acaba de salir, no es una buena opción.

Un bocinazo estruendoso la hace reaccionar y vuelve a la realidad, se percata de la hora, acelera el paso y se dirige al centro de la ciudad. En el camino hace dos llamadas definitivas y redacta un mensaje de texto. La primera llamada es a su mamá, le informa que no llegará a casa hasta la noche y le inventa que se trata de asuntos académicos. La segunda llamada es a su mejor amiga, casi hermana, para definir  cuál será el punto de encuentro y el tiempo exacto que cada una demoraría.Y el mensaje de texto que redacta está dirigido a un compañero de la Maestría para informarle que hoy no asistirá.

El punto de encuentro es la Plaza Eguino, Renata siente miedo, no acostumbra a visitar esta zona ni las aledañas y aunque sintió más miedo en El Alto no dejaba de sentirse intimidada. Pasan diez minutos y llega Amanda, la amiga. Ambas se abrazan y con la mirada dicen todo lo que sus bocas no se atrevían a mencionar. Se dirigen al seudo Hospital que les recomendaron días atrás. La desconfianza impera en las dos, pero sin duda Renata sabe que será ella quien enfrente lo peor. En medio del camino se detienen, porque no conseguían llegar a un acuerdo, el dilema era ¿darán sus verdaderos nombres? Amanda, piensa que lo más conveniente es no  darlos, por lo contrario, Renata teme que esto cause algún problema y dilate el asunto. 

El sol alcanza su punto máximo y como el sol paceño no calienta, sólo quema, ambas empiezan a sofocarse sin llegar a ningún acuerdo, tienen claro que lo que menos necesitan es una pelea, por esto, Renata acepta, definen que darán información falsa, identidades inventadas.

Emprenden otra vez la caminata, después de unas cuantas cuadras al fin ubican el lugar, una edificación relativamente nueva o muy bien conservada. En los primeros pisos se encuentran almacenes de abarrotes que colindan con laboratorios  clínicos que ofrecen pruebas de embarazo en menos de quince minutos. Renata y Amanda están agarradas de la mano, llenas de temor, pero con la leve seguridad de saber que están juntas. La gente las observa y clavan miradas duras hacia ellas, la razón es evidente, su forma de vestir las delataba. Ellas son señoritas  bien vestidas y en palabras de las chiquillas que habitaban el lugar, eran unas “jailonas”. Ambas sienten el rechazo, pero continúan subiendo las escaleras, y por fin llegan al quinto piso, donde el gran letrero les anunciaba que ya habían encontrado  el lugar correcto.

En la ventanilla se encuentra una mujer de aproximadamente  treinta y cinco años, rubia, alta y con una sonrisa amigable. Renata se acerca y pregunta por el Doctor que le recomendaron, la respuesta fue corta y precisa “Está con paciente, pero la consulta es 50 bs vaya pagándome”

A pesar de que siente dudas, Renata saca el dinero y se dispone a esperar. Transitaba mucha gente por el ambiente, la mayoría mujeres de todas las edades, pero predominaban las que no pasaban de los treinta años. Se respira  tensión, intercambio de miradas entre todas, preguntas que nunca se atreverán a hacer, gritos de desesperación que sólo se manifiestan  a través de los ojos.

Son ya las 16:12pm, ninguna de las dos ha almorzado. Renata sólo conserva en el estómago la mitad de  la marraqueta que alcanzó a comer cuando salió de casa, pero el apetito era lo que menos le importaba. Su cabeza está concentrada en hacer cuentas, es decir, trata de calcular si esos 50bs que tuvo que pagar hacían variar la cantidad que llevaba, ese fuerte monto que tanto le costó conseguir. Se prestó dinero de tres personas, sólo dos son de confianza, la tercera tuvo que ser una última opción porque no le alcanzaba.

Amanda le aconseja que debería comer algo, que no es bueno que pase tantas horas sin probar bocado, Renata se niega y le explica que los nervios  ya son suficiente alimento. En medio de la charla, la mujer de la ventanilla se acerca y solicita los datos de Renata,como habían acordado, dio un nombre falso, le pide su cédula de identidad; Renata se pone nerviosa y lo refleja con su voz baja y casi temblorosa que afirma “No, no lo he traído porque está en trámites”, excusa ridícula desde cualquier punto de vista, sin embargo la encargada simula creerle y le informa que en cinco minutos pasará a consulta. Con las manos sudadas y los ojos enjugados en lágrimas  que se resistían a salir, Renata entra al consultorio, no lo hace sola, Amanda entró con ella.

Dentro del consultorio que a primera vista parecía normal y hasta aspecto elegante tenía, se encontraba   un hombre joven, piel trigueña que llevaba unos anteojos peculiares. Éste les extendió la mano saludándolas de manera excesivamente apegada, su mirada era libidinosa, esa típica de los machos que tanto asco genera. 
Al ver que Renata entró en una especie de pánico, es Amanda la que empieza a hablar. Le dijo el nombre completo de la persona que les recomendó el lugar y les proporcionó la referencia para buscarlo a él en específico. El sujeto se percató casi al instante de cuál era la razón de la consulta por lo que empezó con el mismo discurso que vende siempre. Después de una larga explicación que además incluyó reflexiones baratas, el médico de los lentes peculiares, les informó que la intervención podría ser hoy  y que ésta no duraría más de media hora. 

Renata asienta con la cabeza, dando a entender que acepta. Amanda guarda silencio, mientras él, saca de su escritorio dos hojas tamaño oficio, el contenido con letra menuda, era casi ilegible, en la parte inferior de la hoja había un espacio para una firma. Eran los “contratos” que ellas debían firmar para que quede claro que todo se realizará  bajo responsabilidad de la paciente y su testigo. Ambas firmaron sin leer nada, desde luego, ninguna hizo su firma original.

Una vez que tuvo la autorización y la firma correspondiente, el doctor se dispone a prepararlo todo. Renata debe ingresar sola a la respectiva sala, ella se resiste, pero Amanda le hace entender que debe ser así, que no se preocupe porque ella no se moverá de ahí.

La enfermera que la acompaña, le informa que debe estar desnuda de la cintura para abajo y debe colocarse la bata “esterilizada” que está colgada de un clavo. Renata cumple todo al pie de la letra. En la calle, empieza a anochecer, el frío se apodera de la ciudad y ella lo siente profundamente por todo su cuerpo.

Son las 19:00pm, ingresa el doctor y  dan inicio a lo que ellos llaman, cirugía.

Aproximadamente 45 minutos después, Amanda ve salir a Renata, está pálida, cojea un poco y sus ojos están perdidos. Se abrazan en silencio y antes de irse, el Doctor les dice de la manera más ligera “Se cuidan chicas, para cualquier cosa, estoy para servirles”. Esta frase produce un asco indescriptible en Renata, que a pesar del dolor pélvico y el adormecimiento en sus piernas, empieza a caminar a paso acelerado para salir de una vez de ese lugar, que aunque lo intente, nunca podrá olvidar.

No hay movilidades, las calles están congestionadas, resuelven ir caminando.

El reloj de la Perez marca las 20:01pm, Renata ya abortó y vuelve a casa.

En medio camino, le agradece a Amanda por todo, al hacerlo, su voz empieza a quebrarse, pero le pide que se marché, porque necesita estar sola. Amanda un poco azorada, le pregunta si está segura y la respuesta es contundente “Si amiga, sólo haz eso más por mí”

Renata se queda sola, decide sentarse en una banca que vislumbra a lo lejos, el dolor físico es profundo, sentarse resulta complicado.

La joven que recibirá su título en menos de dos semanas, no define si lo que siente es culpa, pero lo que tiene claro es lo que se le ha venido a la cabeza, en cuanto salió de aquel lugar. Un artículo que leyó hace algún tiempo, éste sostenía con datos empíricos que la cifra de mujeres que abortan en Bolivia anda por los cuarenta mil por año y que de éstas en el mismo lapso de tiempo mueren más o menos seiscientas. Aclarando que todas  son de bajos recursos. Entonces Renata se estremece, intenta poner su mente en blanco y resuelve levantarse y continuar el camino a casa.

Lo que le atormenta al recordar  el contenido de ese artículo, no es  pensar que ella también pudo morir, al contrario, le estremece  saber que ella está viva.

El dolor pélvico se agudiza, empieza a perder sensibilidad en sus piernas, siente realmente un gran malestar físico, pero nada se compara con el tormento mental que atraviesa. Debido al intenso dolor decide abordar un taxi.

Renata llega a casa, para su tranquilidad no hay nadie. Antes de dirigirse a su cuarto, se detiene a observar todo lo que le rodeaba  y al hacerlo confirma lo que venía pensando en el taxi, su condición de mujer de clase media le permitió hacer lo que hizo y gracias a eso, dentro de dos semanas será la más halagada y todos le llamaran Licenciada.

Renata no puede verse al espejo, no se reconoce. Está consciente que ella si pudo conseguir dinero, ahora ella sabe  que en su país las ricas abortan y las pobres se mueren.


Renata desde mañana empezará los preparativos para el festejo de su colación y asistirá con normalidad a la Maestría. 
Y tú y yo, continuaremos con el ritmo de vida cotidiano, revistiéndonos de esa indiferencia que tanto mal nos hace. Dentro de unas horas, quedará en el olvido  lo que paso un lunes del mes de junio.

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