Por: Anahi Alurralde*
Era
viernes 24 de noviembre, La Paz brindaba una tarde soleada, varios grupos de
mujeres se divisaban en las puertas de la Universidad Mayor de San Andrés, unas
escribían carteles, otras cargaban megáfonos, algunas alistaban bandanas y
banderas y otras pintaban el rostro de sus compañeras.
Pasó
aproximadamente media hora y todos estos pequeños grupos se aglutinaron en uno
solo, poco a poco aparecían más mujeres,
hombres, niños y niñas. Se armó un
conglomerado potente y la marcha #NiUnaMenos
arrancó, a lo lejos se distinguían
banderas moradas, carteles con mensajes diversos y el eco de consignas de lucha
feminista, a medida que avanzaban se apoderaban
de las calles y la atención de los ciudadanxs.
Se
percibía que los sentires eran diversos en la marcha, encabezaban familiares de
víctimas de feminicidio y sobrevivientes de violencia, los rostros reflejaban
el dolor y la indignación por la impunidad con la que han vuelto a matar a sus
hijas, hermanas, sobrinas y nietas, en sus voces se expresaba la rabia que
guardan y que ese día expulsaron sin
reparo. Retumbó con fuerza la consigna “Puede
ser tu hija, puede ser tu hermana, no queremos ser la próxima mañana”
apelando a la indiferencia social que ha naturalizado la violencia y la
vejación cruenta de mujeres y niñas.
También
se vislumbró el arcoíris de la diversidad que con fuerza y vitalidad alzaron la
voz para denunciar el arrebato de sus derechos humanos.
Seguían
grupos que decidieron hacer de la alegría su instrumento de interpelación, se
veían rostros sonrientes que desde el cuerpo declaraban su repudio ante la
violencia patriarcal y machista.
La
marcha llegó a instancias simbólicas donde se concentran las injusticas y
hechos de impunidad, en voz alta el grito unísono se sintió “Si hay impunidad, hay complicidad”. Los
transeúntes se detenían, escuchaban, observaban, algunos preguntaban.
En
el recorrido que continuó se vieron aplausos, gente que se sumaba o mujeres que
simplemente observaban asintiendo con la cabeza, como quien dice: están
haciendo lo que muchas no nos atrevemos.
Con
todas estas características y los avatares del tráfico, llegaron al Ministerio
de Justicia y ahí se concentró la potencia de todas estas mujeres
autoconvocadas desde la independencia y desde la crítica a un sistema que
reduce, esclaviza y mata a mujeres y niñas sólo por ser mujeres.
Se
escuchó una voz que firmemente empezó a pronunciar los nombres de distintas
mujeres, a medida que mencionaba uno, una mujer
se lanzaba al suelo ensangrentada y a su lado se posicionaba un hombre
que llevaba el cartel de la vergüenza, anunciaba el nombre del feminicida.
Pocos
minutos después la acera del Ministerio de Justicia tenía a más de 50 mujeres
tumbadas en el suelo con sangre y a lado con quién les arrebató sus vidas
Cuando
se dejó de decir nombres, inmediatamente una a una las mujeres tumbadas en el
suelo fueron levantándose con la ayuda de otras que les ayudaban a gritar desde
lo más profundo “Si nos tocan a una, nos
tocan a todas”
Rostros
asustados, ojos con lágrimas y más se detectó al finalizar el performance, y es
que la violencia es así ácida, escalofriante y dolorosa.
Después
de dar la palabra a familiares, colectivos y sobrevivientes de violencia todo
concluyó, la gente se desmovilizó, pero nadie volvió a casa con la misma sensación
que salió, nadie olvidará ese viernes que tiñó a La Paz y a Bolivia entera de
lucha y de denuncia feminista.
*Feminista
y Politóloga
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